lunes, 19 de noviembre de 2012

El sonido de la infancia


Ayer por la mañana, gran parte de las personas que hoy, en su mayoría, son ya adultos, recibieron una noticia, cuanto menos, nostálgica y dolorosa. Emilio Aragón padre, Miliki, "el payaso de la tele", moría en el hospital rodeado de su familia tras la incapacidad de superar una neumonía que ha querido que sean ochenta y tres las últimas velas que soplase encima de una tarta. Quizás alguien como yo, con apenas dieciocho años, no sea la persona más indicada para hablar de la vida de un hombre que tuvo su éxito más rotundo durante la década de los 70 y los 80. Sin embargo, sí que hay motivos para que esté escribiendo ésto en este instante. 

Yo no tuve la suerte de presenciar, como mis padres, mis tíos, algún que otro primo, etc., las tardes que, a través de televisión, Miliki hacía inolvidables con sus actuaciones y canciones en su programa "Había una vez un circo". Miliki, como persona, como personaje televisivo e ídolo de los niños no formó nunca parte de mi infancia. Ni siquiera su voz. A mí la vida me colocó dentro de otra generación, más moderna y muy influenciada por los programas -sobre todo de dibujos animados- llegados desde Japón. A mí me tocó disfrutar con Pokémon, Oliver y Benji, Doraemon, El inspector Gadget, La pajarería de Transilvania, Bola de dragón, The Rugrats, Dartacán, La banda del patio o El príncipe de Bel-Air, además de otros como La banda del sur -en Andalucía- o Art-attack. Incluso con películas que, aunque subsisten en el tiempo, son originalmente de mi época -léase El Rey León, Toy Story o El libro de la selva-. Para mí cada mañana o cada tarde también eran una nueva aventura de la mano de todos estos personajes que llegaban a convertirse en mis ídolos. Pero Miliki, insisto, no estaba. No obstante, sin haber disfrutado lo suficiente de su voz y de su persona, sí que lo hice de sus letras. La forma siempre fue a través de la voz de mi madre, quien sí vivió el apogeo de Emilio Aragón padre y quien aún guarda en su memoria todas y cada una de sus letras. Así, yo también pasé a tener en la mía las letras de "el barquito chiquitito", "la gallina turuleca", "Don Pepito y Don José" o "el auto nuevo", y de igual forma, como si me hubiese deleitado con los espectáculos de este payaso de la tele, la nostalgia golpea mi interior, sabiendo, además, que todo eso no volverá. Así, Miliki terminó introduciéndose en mi niñez. Y por eso decidí hablar de esto, porque es un mérito incuestionable, obvio e innegable lo que Miliki ha conseguido durante el transcurso de su vida: hacer disfrutar a miles de niños en su momento, crear melodías simples, pero pegadizas y hacer que éstas perduren por siempre en el tiempo, con las nuevas generaciones de niños aprendiéndoselas como si acabaran de ser estrenadas.

Así, los dibujos animados pasan, Pocoyó, Dora la exploradora o Bob Esponja y sus canciones van sustituyendo a los anteriormente mencionados y protagonistas de mis primeros años de vida. Cada niño tendrá unos héroes distintos, unos personajes a los que imitar y unas melodías que tararear. Cada persona, cuando deje de ser un niño, tendrá un particular "sonido de su infancia", organizado por generaciones. Sin embargo, el sonido de Miliki será de los pocos que lograrán ser el sonido de la infancia de generaciones y generaciones diferentes. Y eso, en los tiempos que corren, parece algo casi imposible de conseguir.